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martom

ETERNO APRENDIZ, SIMPLE MORTAL

Un hombre con la mirada apagada, la espalda encorvada por los años y las decepciones. Carga silencios pesados, sueños rotos y heridas que no cierran. Camina lento, no por la edad, sino por el alma exhausta. Ya no espera nada, pero sigue, por inercia o costumbre.

Un hombre agotado de luchar en la vida no se reconoce en el espejo. Su rostro lleva arrugas que no son de edad, sino de batallas perdidas. Sus ojos, que antes brillaban con esperanza, ahora miran con resignación. Ha dado todo: amor, tiempo, salud, fe… pero el mundo nunca devolvió lo mismo. Cada día despierta sin ilusiones, repitiendo rutinas como un autómata. Sonríe por compromiso, respira por costumbre, sigue por no dejar de hacerlo. Ya no sueña, recuerda. Ya no proyecta, sobrevive. Su cuerpo avanza, pero su alma se ha quedado atrás, cansada de tanto empujar sin ver frutos, de tanto dar sin recibir, de tanto caer y tener que levantarse solo.